Nadie tiene tiempo ni deja
espacio para ello, andamos a mil por hora, todo ha de salir perfecto
si queremos que lo que tenemos planeado salga adelante, no suele sobrar ni un
segundo, por eso exigimos al otro lo que nos exigimos a nosotros mismos, nos
asemejamos a máquinas, y demandamos que el otro también reaccione como tal .
Mucho de lo que nos complica la vida
está relacionado con la exigencia, la exigencia con nosotros mismos y con los
demás, el reproche por lo que hacemos y el reproche hacia cómo es y se comporta
el otro.
La gestalt trabaja la conciencia de la
exigencia con una técnica muy potente denominada “perro de arriba” y “perro de
abajo”. Ambos “perros” simbolizan dos partes claras que habitan dentro de
nosotros, y se comunican todo el tiempo, el perro de arriba es aquella voz que
no para de juzgar, de decir lo que está bien o mal, de corregir, de criticar.
Es la parte intelectual, moral, exigente, censuradora, que nos acribilla sin
cesar, quemándonos, y provocando que nos sintamos unos sapos feos, sucios y
olorosos. Se reconoce con facilidad en el uso de los “deberías”, o “tendrías
que”, ejemplo: deberías hablar mejor, deberías adelgazar, no debería ser así…
El perro de abajo es el mandado, el pobrecito, el bloqueado, el
sumiso, el tierno, el bladito, el que se adapta. Entra más en contacto con el
cuerpo, las emociones, está más conectado con nuestras necesidades.
A veces escuchamos voces de un lado y del otro, es un juego
interno, y podemos ver con facilidad en terceras personas una parte y la otra,
el gato apaleado o el hitler, por hacer una caricatura. De lo que se trata es
que ambos se comuniquen para llegar a un pacto en el que no gane uno ni pierda
el otro, y se llegue a un equilibrio entre los deberías de la vida y las
necesidades de uno.
Es importante descubrir cómo nos flagelamos y descalificamos, ya
que al ser conscientes, bajaremos nuestra exigencia, tratando de esa forma de
conseguir mayor paz en nuestro interior, que se reflejará también en el
exterior, ya que atraemos de fuera lo que nos hacemos por dentro, el exterior
es un simple espejo de nuestro interior, así que conforme más nos respetemos y
cuidemos, mayor respeto tendremos del otro, y viceversa, conforme más nos
castiguemos, más nos engancharemos en juegos de degradación, y con más
exigencia nos trataran, por eso el cambio siempre ha de darse de dentro para
fuera. La vida fluye, lo que somos y tenemos no es no es ni más ni menos que un
reflejo de lo que permitimos que entre en nuestra vida.
En una ocasión le compramos a mi hija
un DVD de lo que pensábamos que era la película de la Sirenita, pero resultó
ser una versión un tanto diferente, bastante dura para ser un cuento de
niños. Trataba de lo siguiente, la sirenita estaba enamorada del príncipe, para
conseguir acercarse hasta palacio, hizo un trueque con la bruja del mar. La
bella sirena le daba su voz melodiosa y dulce, su tesoro más preciado, el
instrumento con el que podía expresar toda su belleza extasiando a los que le
rodeaban, y a cambio la bruja le transformaba su cola en dos piernas. A partir
de ese momento, la sirenita nunca más podría hablar, y al caminar sentiría
el dolor de miles de cristales rotos clavándole la planta del pie a cada paso
que daba; para más tragedia, sino conseguía enamorar a su amado, moriría
convirtiéndose en una simple espuma del mar. A pesar de los duros tributos a
los que se iba a someter, no lo dudó ni un momento, ya que su necesidad de
amor era tan grande que le parecía que valía la pena.
Al dar sus primeros pasos sintió un
dolor insoportable, pero con el tiempo se acostumbró, consiguió habituarse
tanto al dolor, que ya formaba parte de ella, ya no lo sentía, no lo percibía,
estaba encallecida. Podía sonreír, y dedicarle gestos amables y agradables a su
adorado sin mostrar todo su malestar interno, lo importante no era su
malestar sino que cayese rendido a sus pies. La mirada de la sirenita siempre
estaba en el otro, nunca en ella, se abandonaba, se vendía, haciendo todo lo
posible para que él no la abandonara.
Este cuento refleja con bastante
claridad cómo nos vendemos por el amor del otro, como decía Osho, “somos
mendigos de amor”. Al igual que la sirenita, a pesar de los múltiples dolores
que tenemos, nos presentamos ante el mundo como si nada ocurriese. Para
que no se trasluzca nuestras penurias, sonreímos a veces con ojos muertos, o
contestamos de forma automática “bien” ante el saludo estereotipado,
¿qué tal estás?. El maquillaje es el invento perfecto para ocultar nuestro
malestar, una máscara que dificultará al otro y a uno mismo la visión de la
realidad de fondo.
Vivimos en la cultura del disimulo, de
la búsqueda del éxito y del reconocimiento a toda costa, de la necesidad de la
mirada del otro para caminar, y eso provoca mucha neurosis, ya que se hace
difícil el desahogo, y lo que no sale para fuera queda dentro provocando mucha
disfunción. Tratar de estar perfecto siempre a nivel físico, emocional, mental
es tal exigencia que nos mata.
Todo este esfuerzo por ocultar lo que consideramos rechazable de
nosotros se hace por un poco de cariño y atención. Al igual que la sirenita,
buscamos a nuestro príncipe que puede simbolizar cualquier persona a la que
deseemos llamar la atención, dejando atrás nuestras opiniones, nuestros
sentimientos, NUESTRA VOZ a cambio de un poquito de atención, y así sin voz, y
con nuestros problemas, a modo de cristales incrustándose en la piel, tratamos
que nos vean como personas exitosas, que nos admiren, que nos quieran por
ello, que no nos abandonen. A veces es tan perfecto el disfraz, que nos lo
creemos, y lo más triste llega cuando ya no somos ni capaces de percibir los
miles de vidrios pinchando al unísono, de tan acostumbrados que estamos de
convivir con el malestar. El cuerpo grita y se retuerce
de dolor, y no lo escuchamos.
Al final del cuento, la profecía se
cumple, el príncipe se casa con otra, con ella sólo mantiene una relación de
amistad, por haberla rescatado del mar, y por la pena que siente al descubrir
que es muda.
La sirenita pierde el juego, la
bruja del mar le indicó que si no lo enamoraba, moriría
convirtiéndose en espuma del mar, y eso fue lo que le ocurrió, y casi es
mejor así, ya que sino seguiría con el mismo juego toda la vida, y esto es
aplicable a cualquiera de nosotros, nos vendemos toda la vida, a veces por unas
cuantas migajas. Recibimos lo mismo que nos damos a nosotros mismos, es decir,
poco o nada. Es un ejemplo claro de que lo exterior y lo interior es en
definitiva lo mismo, simplemente un reflejo.
A veces ese sufrimiento
provoca que permitamos que caiga el disfraz que tanto tiempo hemos
mantenido, y lo que pensamos que es un gran fracaso, se convierte en la gran
oportunidad de la vida para crecer, para verse mejor y estar
pendiente de uno mismo.
Mucha gente se quiere morir, metafórica
o realmente, y en cambio, ocurre todo lo contrario, renacemos por primera vez,
pero para nosotros mismos, en lugar de tener la mirada depositada
constantemente en el otro, pudiendo apreciar con toda intensidad nuestro dolor
soterrado, y oculto, y nuestra voz volverá a recuperar espacio y brotar con un
ay, y un llanto, y desde ahí podremos recuperarnos, extraer cada trocito de
cristal incrustado, y bailar desde nosotros mismos, igual tal vez encontraremos
a alguien auténtico como nosotros para compartir la vida en forma de amiga/o,
pareja etc., o simplemente transformar la relación existente en algo nuevo y
diferente, y esto es aplicable no sólo a la pareja, sino a cualquier relación
de cualquier tipo, incluida la familiar o laboral. La exigencia y el olvido de
nosotros mismos está presente en todos los ámbitos de la vida.
Dori Pena Gayo - Psicóloga y Terapeuta Gestalt
Dori Pena Gayo - Psicóloga y Terapeuta Gestalt
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